En la obra que estrenaremos el 1 de Noviembre aparece una poesía a la primavera, del gran literato clásico Horacio. En dicha aparece en latín, y aqui jugamos un poco a estudiosos del tema y la explicamos.
Oda a la primavera.
Diffugere nives, redeunt iam gramina campis
arboribusque comae;
mutat terra vices, et decrescentia ripas
flumina praetereunt.
Huyeron las nieves, vuelven ya las hierbas a los campos
y a los árboles sus cabelleras
la tierra muda de aspecto, y los ríos, decreciendo,
corren a lo largo de sus orillas.
Seguro que para muchos resultarán familiares estos versos del libro IV de las Odas de Horacio. Quienes salimos al campo en estos días de asueto nos damos cuenta rápidamente de que la primavera ha llegado, y , con ella, toda una explosión de colores y aromas. Se respira un ambiente diferente, la luz es más diáfana y la naturaleza nos regala los sentidos con toda una variedad de sensaciones largo tiempo adormecidas. En esta estación -nos dicen los mitos- las ninfas llevan a cabo sus danzas por bosques y florestas y Flora, coronada de guirnaldas, esparce en su dicha flores en torno suyo. A su vez la Diosa Madre Deméter, portando gavillas y amapolas en ambas manos, se dispone a recompensar a los mortales con todo tipo de frutos, gozosa por el regreso a la tierra de Perséfone.
Mas el mito de Perséfone nos recuerda que la dicha no es eterna. Perséfone (”la que lleva la muerte”) es una deidad de vida, muerte y resurrección; precisamente la que nos recuerda, como Horacio, que no debemos esperar la inmortalidad, que sólo a los dioses incumbe. A los mortales nos queda la resignación, aunque a veces nos cueste entender con qué siniestro plan se mueven nuestros hilos o maldigamos, por caso, aquella maldita mañana de abril, en aquella maldita carretera, a aquel maldito coche que en un maldito segundo acabó con una amistad y, al tiempo, con la ingenuidad de un niño.
damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi cecidimus
quo pater Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.
Los daños del cielo los reparan las lunas en rápida sucesión:
pero nosotros, cuando caemos
a donde [cayeron] el piadoso Eneas, y los ricos Tulo y Anco,
sólo somos polvo y sombra.