16 diciembre, 2009
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Hoy comenzamos una serie de entradas que defienden el teatro infantil, y lo quieren hacer más grande.
Se dice que los niños dicen la verdad, que viven en un mundo de fantasía, que son la esperanza de la humanidad, el futuro del país. Se dicen muchas cosas de ellos; tantas, que parecen ser ya un lugar común, un conjunto de frases hechas, y malas frases, además, porque decir que los niños son el futuro es casi como negarles su existencia en el presente, decir que viven en otro mundo, pretender que sus escuelas están situadas en la galaxia de Andrómeda y que sus cuartos de juegos tienen un clóset conectado a la tierra de Nunca Jamás. Los niños son ahora y viven en el planeta Tierra.
Lo cierto es que si vamos a etiquetar, entonces el ‘mundo infantil’ es un mundo que requiere de tanta o más atención que el ‘mundo de los adultos’, ya que si somos estadísticamente estrictos, niños y adolescentes constituyen la mayoría de la población (y en una democracia, la mayoría es quien dicta las reglas).
¿Por qué, entonces, en tantos rubros de la vida diaria el mundo infantil es el que cuenta con los menores espacios, los menores presupuestos y las menores energías? ¿Será acaso un asunto de poder?
Y cuando se habla de arte, ¿qué decir?, ¿se vale excusar que los niños son incapaces de entender una pintura o una novela? ¿En realidad los niños no están preparados para juzgar y apreciar una obra de teatro o un espectáculo de danza?